Hoy, a las 14.00 horas, fue inaugurada la sección Horizontes Latinos, del San Sebastián, con la presentación de la coproducción entre Argentina, España y Brasil Infancia clandestina, un poema sobre la niñez de un hijo de guerrilleros perseguidos por la dictadura militar, y que podría ser la historia del propio director, el argentino Benjamín Ávila.
La peli trae en el reparto a Natalia Oreiro (la madre), Ernesto Alterio (el tío), César Troncoso (el padre), Cristina Banegas (la abuela) y los niños Teo Gutiérrez Moreno (Juan/Ernesto) y Violeta Palukas (María).
Contada desde los ojos del niño, “Infancia clandestina” mezcla la vida real con imágenes oníricas y otras observadas desde el encuadre de un cómic, para recorrer la vida de Juan, obligado a convertirse en Ernesto mientras sus padres, guerrilleros montoneros, participan en la Operación Contraofensiva para reponer en el gobierno al presidente Juan Domingo Perón. Es 1979.
“Cuántos Juanes hay en el mundo”, apunta en una entrevista a la Efe el director, que ha dedicado la cinta a su madre, Sara, desaparecida en aquellos años.
El niño de infancia clandestina que aún vive dentro de Ávila reclama “el amor, el humor -un tanto negro, pura joda, dice- y la humanidad que había en aquellos días. Quiero reivindicar aquel cotidiano, aquellas emociones, qué significa creer en una idea y ponerla en práctica todos los días de tu vida”.
Explica que su película propone “ese lugar más emocional que generan las ideas y que se ha perdido. Los conceptos -filosofa Ávila- van endureciendo las cosas, las deshumanizan”, opina, y quizá por eso él compone, en medio de los escondites, las pistolas, las consignas y las despedidas a los “soldados” que van cayendo, una preciosa historia de amor infantil.
“Yo ya sé que no se puede cambiar el mundo, y sé lo que pasó después, pero ellos no lo sabían y lo iban a hacer. Todos los días lo hacían”, dice Ávila.
Pero la película (la realidad de la vida de Benjamín) se cuenta de otra manera: su tío muere, su padre muere y su madre y su hermana bebé (hermanito en el caso real) desaparecen.
“Toda esta muerte, esta masacre y este dolor acabó en una destrucción de los sueños de la gente, por eso, de algún modo, transitar Infancia clandestina es volver a ese estado de fe, no como lugar religioso, sino como creencia profunda, donde nadie ponía en duda si estaba bien o mal lo que estaban haciendo”, resume.
Porque lo que hay que evitar a toda costa es que también te secuestren el estado de ánimo, explica Ávila, y, defendiendo, esa máxima entra en acción el Tío Beto, un personaje que realmente no existió, y que borda Ernesto Alterio.
“Yo no sabía que estaba tan concernido hasta después del estreno en Toronto. Cuando llegué a mi casa, en Madrid, me cayó la película encima y me puse a llorar”, explica a Efe el actor, que se trasladó a España siendo un niño, en 1974, y “se perdió” el momento histórico en el que se encuadra la película.
Pero la película cuenta también la transición de un niño de la niñez a la adolescencia, reivindica Alterio, quien se tomó su “Beto” como “un homenaje” a su tío, Mario, hermano de su padre, que murió hace un año, una persona tan luminosa y positiva como su personaje.
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