Dos veces ganador de la Concha de Oro (en 2011 por “Los pasos dobles” y en 2018 por “Entre dos aguas”), Isaki Lacuesta (Girona, 1975) regresa al Zinemaldia para presentar en Perlak “Un año, una noche”, película basada en el libro ‘Paz, amor y death metal’ de Ramón González, superviviente del ataque a la sala Bataclán por parte de una célula yihadista el 13 de noviembre de 2015.
El cineasta catalán cita a Stendhal para justificar su punto de vista a la hora de abordar esta historia: ‘Él decía que narrar la batalla de Waterloo desde dentro te condena a no ver más allá de la niebla. Por eso, si quieres acercarte a un episodio histórico, para mí es casi obligado abordarlo desde una mirada íntima’. No obstante, Lacuesta se resiste a definir los atentados de París de 2015 en términos de acontecimiento, quizá por ser un hecho relativamente reciente de nuestra historia cuyas heridas aún permanecen sin cicatrizar: ‘Es el guion más complicado en el que hemos trabajado, en parte por el sentido de la responsabilidad que te procura acercarte a unos hechos tan recientes y en parte por conferir una estructura al relato sin traicionar el libro de Ramón que tomamos como referencia’.
El tema de la memoria, tan recurrente en las películas del director catalán, vuelve a estar muy presente en su nuevo largometraje. La crisis de la pareja protagonista en el año que sigue a los atentados tiene que ver con su diferente percepción ante lo vivido y, sobre todo, con su manera de gestionar una realidad que siendo la misma se manifiesta de manera diversa en la memoria de cada uno de ellos: ‘Nos empeñamos en establecer una diferencia entre recuerdos reales y recuerdos inventados cuando lo cierto es que en nuestra cabeza no hay distinción al respecto’.
En este sentido, la representación de esos recuerdos fue una opción compleja que, según Lacuesta, le llevó a un proceso de aprendizaje sobre cómo rodar los ataques a la sala Bataclán: ‘La verdad es que me daba miedo jugar con el desenfocado y con el fuera de campo para rodar aquellos momentos, hasta que al final optamos por establecer una línea roja que fue no mostrar a los terroristas en ningún momento y recrear el atentado a través de la mirada de quienes los sufrieron’.
En este sentido, Lacuesta agradece la implicación en el rodaje tanto de Ramón González como del resto de supervivientes cuya historia recoge el libro de éste. Muchos de estos participaron en la película haciendo figuración y compartiendo con el director y los actores muchos de los traumas que arrastraron tras aquellos atentados. En este sentido, también fue muy importante la respuesta de los actores: ‘Tanto Nahuel como Noémie han hecho un trabajazo. A él lo teníamos en mente desde el principio. Ella entró en el proyecto después, cuando, mientras escribíamos la historia, pudimos ver Retrato de una mujer en llamas. Son dos actores capaces de trabajar con una precisión extrema y de jugar, sin miedo, durante los ensayos’.
Lacuesta admite que su película puede asumirse como un largometraje con una carga política evidente, si bien él prefiere asumirlo como un film poético: ‘Mi apuesta es por lo poético porque a través de lo poético se manifiesta lo político, mientras que al revés rara vez ocurre’. Pero la película, sobre todo, refleja ese sentimiento de culpa que se instala en muchos supervivientes por el hecho de salir ilesos de una acción como la que retrata la película: ‘Lo que les ocurre a muchas de estas personas es que se resisten a ser catalogadas como víctimas, es un estigma que algunos de ellos, como Céline, la protagonista, rechazan de plano. Los medios deberían evitar esa tentación de hablar de víctimas en general. Cada caso es distinto’.
Fuente: festivaldesansebastian.com
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